SERVUS HISPANIARUM REGIS



lunes, 28 de julio de 2014

BUZÓN DE VACACIONES (I)

CARTA DEL REY JUAN CARLOS
Guardamos los caballeros lazaristas con fresca memoria y gran cariño, la fotografía que Su Majestad Don Juan Carlos I tuvo a bien dedicarnos allá  por el año 1984. Aquella foto oficial fue ignorada, cuando no menospreciada, por los clásicos enemigos del Hospital de la Cruz Verde.
Si para el recordado tango, "veinte años no es nada", tampoco lo son, en este caso, los treinta de aquella histórica imagen.  Ahora, S.M. el Rey padre, en contestación a una carta de agradecimiento por su reinado del Marqués de Almazán, Gran Maestre del Hospital, vuelve a refrendar su cariño hacia la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén.

La fotografía de 1984 dedicada a los Caballeros de la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén
 
Esta es la carta que nuestro anterior Soberano reinante le ha enviado a nuestro Gran Maestre, Don Carlos Gereda de Borbón, Marqués de Almazán.

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sábado, 12 de julio de 2014

VACACIONES EN "SALÓN DEL TRONO"

QUERIDOS AMIG@S Y SEGUIDORES:

Llegados, al parecer, los rigores del estío, "Salón del Trono" cierra sus puertas hoy, 12 de julio, y las volverá abrir, Dios mediante, el próximo día 3 de septiembre.
Deseamos a todos aquellos quienes, dentro y fuera de nuestras fronteras, se acercan a esta estancia virtual dedicada a la Historia, la Falerística, la Heráldica, la Nobiliaria y las Órdenes y Corporaciones Caballerescas; disfruten de un muy feliz verano.
Muchas gracias por su fidelidad, colaboración y simpatía.
Son todos ustedes quienes hacen posible este sueño virtual.

Les emplazamos pues, al mes de septiembre, para comenzar una nueva temporada de este su Blog, que buscará durante este tiempo nuevas fuentes de inspiración allá donde sus pasos le lleven.
Un afectuoso y caballeresco saludo.



viernes, 11 de julio de 2014

LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS EN LA CÉLEBRE MEDALLA DE JUAN VIII PALEÓLOGO


Estandarte imperial de los Paleólogos de Bizancio

A mi siempre admirado maestro José María de Montells y Galán, ardiente ecumenista y esteta del sombrero, quien a buen seguro nos ilustrará un día sobre la prenda de cabeza de Juan VIII Paleólogo

Juan VIII Paleólogo (Ιωάννης Η' Παλαιολόγος), nació el 18 de diciembre de 1392. Era el hijo mayor del emperador bizantino Manuel II. En 1416 fue asociado al trono como coemperador, ciñendo la corona imperial en solitario en 1425.
Se casó dos veces, primero con Ana, hija del Gran duque Basilio I de Moscú en 1414, y en 1421 con Sofía de Montferrato, hermana del conde Juan Jacobo de Montferrato, cuando fue nombrado coemperador junto a su padre. No tuvo hijos de ninguno de los dos matrimonios.
Para buscar protección frente a la amenaza de los turcos otomanos visitó al Papa y aceptó la unión de las iglesias griega y romana, lo que se ratificó en el Concilio de Ferrara- Florencia en 1439. 
Los ortodoxos entraron, en efecto, en el seno de la Iglesia con los armenios, los jacobitas, los caldeos y los maronitas. 
Se realizaron una serie de Declaraciones sobre: el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, la Eucaristía y los Novísimos (para los griegos); el Decreto sobre los Sacramentos (para los armenios); y la Disposición sobre la Trinidad y la Encarnación (para los jacobitas).


Juan VIII por Benozzo Gozzoli
En dicho viaje de unidad, el emperador Juan VIII estuvo acompañado por Jorge Gemisto Pletón, un filósofo neoplatónico que tendría una gran influencia sobre el mundo académico italiano, así como sobre el Renacimiento en toda Europa occidental.
La unión de las iglesias fracasó, pero gracias a su prudente política ante el Imperio Otomano logró conservar Constantinopla y en 1432 resistió un asedio del sultán Murad II.
Designó a su hermano Constantino XI, último emperador de Bizancio, como sucesor y, a pesar de las intrigas de sus hermanos menores, Demetrio y Tomás, y de su madre, Helena Dragas, consiguió asegurarse la sucesión de Constantino.
Falleció en Constantinopla el 31 de octubre de 1448, cinco años antes de la caída de la ciudad ante los turcos.

Retrato de Juan VIII por Antonio Averulino
La emoción suscitada en los estados italianos del Quattrocento por el viaje de Juan VIII y su deseo de unir a católicos romanos y griegos ortodoxos, se vio concretado en la acuñación de una bella pieza de bronce que vamos a comentar.
La medalla fue creada por el pintor renacentista italiano Pisanello, con motivo de la celebración del Concilio de Ferrara-Florencia (1438-1439) y que concluiría en Roma en 1442 bajo los auspicios del Papa Eugenio IV.
Se considera esta pieza como la primera del Renacimiento pues vuelve a recuperar una tradición de representaciones realistas de los soberanos que había desaparecido en el siglo IX con Carlomagno, pero que se mantenía en el Oriente bizantino.
Para Pisanello y los artistas de Quattrocento, la medalla de estado ha de representar la personalidad del retratado así como sus aspiraciones, y no solamente sus orígenes familiares.

La Medalla de Juan VIII por Pisanello
Foto: www.mba-lyon.fr/

En el anverso se muestra la efigie de perfil del emperador Juan VIII tocado con una espectacular prenda de cabeza. Le rodea una inscripción en griego, lengua oficial en lo poco que quedaba del Imperio Bizantino, y que dice: "Juan Paleólogo, Emperador de los Romanos".

En el reverso aparece el emperador a caballo, con las manos unidas, orando en recogimiento ante una cruz latina sobre un monolito en medio de un paisaje montañoso. Acompañan a Juan VIII dos pajes montados también a caballo.
Como inscripción se muestra la autoría de la medalla en lengua latina y griega: "Opus Pisani. Pictoris".
La Medalla tuvo un éxito inmediato, siendo enormemente valorada en su tiempo.
En 1443 se la representó en un fresco de la Iglesia de Santa María della Scalla de Verona. Seguro que mi admirado amigo José María de Montells tomó buena nota del detalle en su última estancia en la ciudad de Romeo y Julieta.
También Piero della Francesca en sus Historias de la Santa Cruz, pintadas para la iglesia de San Francesco de Arezzo, representó a Juan VIII, con su famosa prenda de cabeza,  como Constantino vencedor en Puente Milvio

Detalle de la Batalla de Puente Milvio de las Historias de la Santa Cruz de Piero della Francesca

A partir de su difusión, todos los príncipes italianos del momento quisieron tener su propia medalla, lo que provocó un sinfín de encargos a Pisanello, más valorado desde entonces por sus medallas que por sus otras creaciones artísticas.

jueves, 10 de julio de 2014

EL REAL SITIO DE SAN LEUCIO: UN SUEÑO ILUSTRADO HECHO REALIDAD


Entre las realizaciones venturosas del reformismo borbónico en el Reino de Nápoles, destaca la creación de Real Sitio de San Leucio, en tierras de Caserta, y sus manufacturas textiles vinculadas a la seda. Un noble empeño por parte del rey Fernando IV quien se expresaba así en los Estatutos para la nueva fundación:

"...Pensai allora di rendere quella popolazione utile allo Stato e alle famiglie: utile allo Stato, introducendo una manifattura di sete grezze, operando in seguito, in modo da portarla alla migliore perfezione possibile, tale da poter col tempo servire da modello ad altre più grandi; utile alle famiglie, alleviandole dai pesi che ora soffrono e portandole ad una condizione di agiatezza da non poter piangere miseria come finora è accaduto, togliendosi ogni motivo di lusso con l’uguaglianza e semplicità nel vestire...".


En los años 60 del siglo XVIII, Fernando IV eligió la zona de San Leucio mientras se ultimaban los trabajos en el Palacio Real de Caserta. Al joven Soberano le complacía residir en Caserta porque en los alrededores había abundante caza. 
Sin embargo el Soberano escribía en su diario: "...En el magnífico palacio de Caserta, iniciado por mi augusto padre, continuado por mí, no puedo encontrar el silencio y la soledad adecuados para la meditación y el reposo espiritual; preciso otra ciudad en el centro del campo, con las mismas ideas de lujo y magnificencia de la capital, de modo que, en busca de un lugar más aislado y que fuese casi solitario, me encontré con el cerro de San Leucio el cual juzgué ser un lugar adecuado. De ahí el origen de la colonia...".
Establecido en San Leucio, en 1773 ordenó la construcción de un lugar de descanso durante la actividad venatoria, llamado “Vaquería”. En 1778 tuvo lugar allí un trágico suceso: la muerte del el príncipe heredero Carlos Tito.

La pareja real, Fernando IV y maría carolina, desconsolados, abandonaron el sitio. Pero incluso a esta situación el Rey decidió sacarle un lado positivo. Cerca de la Vaquería estaba el viejo palacete de caza de los Condes de Acquaviva. La idea de Fernando fue genial. Encargó al arquitecto Francesco Collecini, discipulo de Vanvitelli, ampliarlo y convertirlo en un Palacio Real, el Belvedere, que se convertiría en un gran centro de manufacturas textiles, una ciudad-industria con obreros, ordenanzas y normativas de trabajo. El proyecto se realizaría con la construcción de un núcleo urbano que se llamaría Ferdinandópoli, concebido sobre una planta completamente circular, con un sistema de calles radiales y una plaza en el centro donde se hallaría el Palacio Real. Sin embargo no se realizaron más que los barrios cercanos al Belvedere.
Vista general del Palacio e hilaturas de San Leucio
Foto: www.realcasadiborbone.it/

Las primeras hilanderías se instalaron en el mismo edificio del Palacio Real del Belvedere. Después, en 1805, se edificó la Hilandería de los Cipreses, ampliada en 1823 con una estancia superior para custodiar los capullos de los gusanos de seda. En el edificio estaban las viviendas del administrador de la empresa y del párroco, la escuela, los talleres para hilar y tratar la seda, las habitaciones de la tintorería, la vivienda de la maestra y del director de las máquinas.
El Rey quiso obreros bien formados para las hilanderías, y lo organizó todo con tanta persistencia que creó una especie de Ciudad-Estato con reglas y ordenanzas. Fernando IV expresó su interés por la educación de los hijos de los obreros, su cuidado y la serenidad para trabajar sin problemas puesto que cada mujer y cada hombre vivan con dignidad sin dejarse llevar por el ocio, que es a fin de cuentas el padre de los vicios.
San Leucio fue un lugar nuevo para forjar una sociedad nueva y justa
Foto: www.realcasadiborbone.it/
Fijaba reglas de vida y trabajo comunitario que hicieron de San Leucio un verdadero experimento ilustrado revolucionario, al estilo de lo que propondrían después los socialistas utópicos.
Este paternalismo propio del despotismo ilustrado concordaba muy bien con el espíritu de Fernando IV. El Rey escribió: "...Estas ordenanzas deben ser observadas por los habitantes de San Leucio, que a partir de ahora deben considerarse como una familia. Es lo que aquí me propongo, más en la forma de un Padre que educa a sus hijos que como un legislador controlando a sus súbditos...". 
Palazzo del Belvedere en San Leucio
Foto: Giuseppe Nuzzo
Se trató, sin duda, de un experimento social ilustrado de absoluta vanguardia en el mundo. Un modelo de justicia e igualdad social raro en las naciones del siglo XVIII y que no se ha vuelto a repetir genuinamente ni siquiera en las posteriores revoluciones liberales o marxistas de la Edad Contemporánea. En San Leucio se puso en práctica un código de leyes sociales particularmente avanzado, inspirado en las enseñanzas de Gaetano Filangieri y transformados en leyes por Bernardo Tanucci. Fernando IV tenía una especial preferencia por San Leucio y a menudo organizaba allí partidas de caza y fiestas compartidas con la propia población de la colonia
Las ordenanzas eran minuciosas y regulaban la vida diaria:
Igualdad: «Nadie tiene que diferenciarse de los demás a excepción de en la ejemplaridad de modales y excelencia en la artesanía.»
Bodas: edad no inferior a los 20 años (hombres) y a los 16 años (mujeres) y sobre todo: «los padres no deben mezclarse para nada en los asuntos de los jóvenes, ya que es su libre elección.» La dote quedó abolida por el Soberano que se interesaba personalmente por ella.
«El objeto de esta sociedad es que todos sean capaces de permanecer aquí»: las leyes eran rigidas para quien se casaba fuera porque tenía que dejar la colonia. Para los hombres que se casaban con mujeres “extranjeras” que querían vivir en San Leucio la regla era que, en primer lugar, éstas tenían que aprender el oficio.
Instrucción: obligatoria «para llegar a ser un buen hombre y un buen ciudadano
Salario: según el mérito que «disfrutamos aquí de los mejores artistas nacionales y extranjeros.»
Herencia: la única sucesión era de padre a hijo. Cuando faltaban los herederos, los bienes se destinaban al Monte de Piedad de los Huérfanos.
Gobierno: elección democratica por los jefes de familia de 5 entre los más sabios y prudentes.
Medídas sociales: casa de los enfermos, caja de la caridad subvencionada con una tasa sobre el rédito y libres aportaciones, que cuidaba a los desventurados hasta el entierro, que incluia los sufragios religiosos. Lucha contra los evasores a quienes se les exponía al desprecio público.
Justicia: se ejercía en régimen interior;  expulsaba en caso grave y llamaba a la justicia estatal en crímenes penales comunes.
Trabajo: la jornada de trabajo era de 11 horas diarias. En esa misma época los obreros ingleses tenían menores ganancias y trabajaban durante 16 horas diarias, incluidos los niños. En San Leucio, además, no existía diferencia en el salario entre hombre y mujer.
Fernando IV de Nápoles
Cuando se comenzaron a construir los nuevos edificios el proyecto se interrumpió a causa de la revolución de 1799, de la ocupación napoleónica de Italia y del nacimiento de la República Partenopea. Todavía durante el gobierno francés de Joaquín Murat desde 1808 a 1815, San Leucio prosiguió su desarrollo industrial.
Después de la Restauración el proyecto de la nueva ciudad se descartó, pero continuaron ampliándose industrias y edificios, entre ellos el Palacio del Belvedere.
Después de 1860, tras la invasión piamontesa-garibaldina, el Real Sitio quedó abandonado y se intentó borrar su memoria. Las 780 flores de lis de plata dorada que formaban parte de la magnífica decoración del Salón del Trono del Palacio Real de Nápoles, que salió de esa planta, fueron incautados por parte de los funcionarios de la Casa de Saboya y quemados el 14 de septiembre 1861. Las 20 libras de plata obtenidas de aquella infame acción fueron vendidas por un puñado de ducados.
Hace escasas fechas, en el Sitio Real de San Leucio, tenía lugar un desfile conmemorativo de aquellos tiempos dorados, el "Corteo Storico". He aquí algunas imágenes del mismo.


El Estandarte de la Real Colonia de San Leucio
Foto: Giuseppe Nuzzo



El Estatuto de San Leucio 
Foto: Giuseppe Nuzzo


El arquitecto Collecini con los planos de la fundación borbónica 
Foto: Giuseppe Nuzzo


Las ricas telas elaboradas en San Leucio Foto: Giuseppe Nuzzo


La Cassa di Carità  para socorrer a los desfavorecidos
Foto: Giuseppe Nuzzo


Los reyes de Nápoles, Fernando IV y María Carolina 
Foto: Giuseppe Nuzzo



La Escolta Real
Foto: Giuseppe Nuzzo



Alegres danzas dieciochescas Foto: Giuseppe Nuzzo


Evviva 'o Rre'!!!
Foto: Giuseppe Nuzzo
En San Leucio, en el interior de la fábrica originaria del rey Fernando IV, el Palacio del Belvedere, tiene hoy su sede el «Museo de la seda» que conserva algunas maquinarias originales, aún en funcionamiento, para la elaboración de la seda. Se muestran todas las fases de la producción de la seda con los antiguos telares restaurados y activos accionados por una rueda hidráulica colocada en los subterráneos del palacio. En  el Palacio Real no quedan, sin embargo, muebles dignos de aquel esplendor.
La calidad de las sedas de San Leucio es recordada hasta el día de hoy, así como lo que supuso de experimento social de justicia e igualdad.
En la actualidad el Belvedere de San Leucio es sede de la facultad de Ciencias Políticas de la Seconda Università degli Studi di Napoli. Desde 1999 se desarrolla durante los meses de verano en San Leucio el «Leuciana Festival».

miércoles, 9 de julio de 2014

JUANA LA BELTRANEJA: LA CONSTRUCCIÓN DE UNA ILEGITIMIDAD y (II)

Representación de la Princesa Doña Juana
Comprendiendo los defensores de Juana que sus fuerzas eran inferiores a las de Isabel, pidieron al rey portugués Alfonso V que defendiera el derecho de su sobrina Juana, y le propusieron que se casara con ella, con lo que vendría a ser también rey de Castilla. Alfonso aceptó y dirigió a Isabel y Fernando una manifestación, exigiéndoles que renunciaran a la corona en favor de Juana si querían evitar las consecuencias de la guerra, y, pasando la frontera con 1.600 peones y 5.000 caballos, avanzó por Extremadura. Llegó a Plasencia, donde se le incorporaron el marqués de Villena y el duque de Arévalo, y allí se desposó el 25 de mayo de 1475 con Juana, a la vez que dirigía mensajeros a Roma solicitando la dispensa del parentesco que entre ellos mediaba.
Enseguida se proclamó a los desposados reyes de Castilla, y se expidieron cartas a las ciudades, exponiendo el derecho de Juana y reclamando la fidelidad de estos. Juana, en dichas cartas, expedidas por el secretario Juan González, asegura que Enrique IV en su lecho mortal declaró solemnemente que ella era su única hija y heredera legítima.
Juana trató de evitar la guerra civil, proponiendo que el voto de las Cortes de Castilla resolviera la cuestión del mejor derecho.
De nada sirvieron estos buenos deseos. Fernando e Isabel hicieron preparativos para rechazar por la fuerza al portugués. Éste cometió la torpeza de permanecer inactivo en Plasencia y Arévalo, dando a sus contrarios tiempo para reunir en el mes de julio a 4.000 hombres de armas, 8.000 jinetes y 30.000 peones.
Rompieron las hostilidades en varios puntos de la península. Alfonso V, saliendo de Arévalo, se apoderó de Toro y Zamora. Fernando se presentó delante de Toro con las milicias de Ávila y Segovia, mas, bien pronto hubo de emprender la retirada, que fue desordenada y desastrosa. En cambio los plebeyos castellanos, vasallos de Juana, servían con repugnancia bajo las banderas portuguesas, y los nobles que apoyaban a la hija de Enrique IV tuvieron que hacer bastante para defender sus territorios de Galicia, Villena y Calatrava contra los partidarios de Isabel. Numerosos escuadrones de caballería ligera extremeña y andaluza causaban la más espantosa desolación en las tierras de Portugal fronterizas de Castilla y los nobles portugueses se quejaban en alta voz de estar encerrados en Toro cuando en su propio país ardía la guerra.
En Toro tenía Juana su corte con gran magnificencia, y, al decir de sus parciales, desplegaba grandes cualidades de reina, aunque solo tuviera entonces trece años. Alfonso V, sin embargo, hubiera renunciado a sus pretensiones a la corona, recibiendo en cambio el Reino de Galicia, las ciudades de Zamora y Toro y una considerable suma de dinero; pero Isabel, que consentía en lo último, se negó a ceder un solo palmo de terreno.
Fiel a ésta la ciudad de Burgos, fue preciso, no obstante, que Fernando sitiara el castillo de la misma guardado por Íñigo de Zúñiga, partidario de Juana. Alfonso V se puso en marcha para socorrerlo, pero después de tomar Baltanás y Cantalapiedra, decidió retroceder por no alejarse demasiado de la frontera portuguesa. Abandonada a su suerte, la guarnición juanista del castillo de Burgos se rindió a Alfonso de Aragón, hermano de Fernando el 28 de enero de 1476.
Fue el punto de inflexión de la guerra civil, puesto que la quiebra del prestigio de Alfonso desencadenó la disolución del partido de Juana en Castilla y las deserciones de los soldados portugueses quienes, sin voluntad de continuar al servicio del rey, regresaron a Portugal. A pesar de las cartas de auxilio militar enviadas por Alfonso a los grandes nobles juanistas que habían solicitado su intervención en Castilla, ninguno se mostró disponible, incluso el poderoso marqués de Villena, Diego López de Pacheco. De todos los Grandes de Castilla partidarios de Juana, solo Alfonso Carrillo (arzobispo de Toledo) estará al lado del rey portugués en el día de la batalla de Toro.
Del sitio de la fortaleza de Burgos pasó Fernando en diciembre a Zamora, cuyos habitantes volvieron a la obediencia de Isabel y cercaron a la guarnición portuguesa en la fortaleza. Por su parte, Alfonso V, después de recibir en Toro las tropas de refuerzo de su hijo Juan a finales de enero de 1476, puso cerco al ejército de Fernando que quedó encerrado en Zamora a mediados de febrero.
Estandarte de Alfonso V como Rey de Portugal y de Castilla
Diseño: Brian Boru
En 1 de marzo de 1476, tras dos semanas de lluvia y frío, el ejército portugués levanta el sitio a Zamora con la intención de invernar en Toro. Fernando lo siguió y alcanzó cerca de Toro, donde ambos ejércitos, con aproximadamente 8.000 hombres cada unose dispusieron en formación de combate.
En la Batalla de Toro, mientras el rey portugués fue derrotado, su hijo, el príncipe Juan, después Juan II de Portugal, venció con sus huestes al ala derecha castellana, e iniciando la recogida de los fugitivos de las fuerzas del monarca lusitano.
Pero a pesar de su resultado incierto, las consecuencias políticas de la batalla de Toro sellaron la victoria de Isabel, que hizo proclamar heredera de Castilla a su hija en las cortes de Madrigal-Segovia (abril-octubre de 1476). Se entregó a Fernando el Castillo de Zamora el 19 de marzo de 1476; hicieron lo mismo Madrid y todas las plazas del centro del reino; el duque de Arévalo, el maestre de Calatrava, su hermano, que era conde Ureña, y otros muchos nobles.
Ante tales noticias, el partido de Juana se desintegró y el portugués, sin base de apoyo, acabó regresando a su reino. Para Juana era el fin del sueño.
Después de la batalla de Toro, Alfonso V, aunque despojado de todos sus aliados castellanos, que acabaron reforzando las huestes de Isabel, se mantuvo con el grueso de las fuerzas portuguesas en Castilla durante tres meses y medio (hasta el 13 de junio 1476), manteniendo capacidad operacional y lanzando varios ataques en la zona de Salamanca y más tarde alrededor de Toro.
Campos de Toro coronados por su famosa Colegiata
Foto: Joergsam
Incluso, poco después de la batalla, en abril de 1476, el ejército portugués organizó dos grandes operaciones militares para capturar, primero al propio rey Fernando (durante el cerco de Cantalapiedra) y después, a la reina Isabel (entre Madrigal y Medina del Campo).
Mientras el príncipe Juan retornaba a Portugal en los primeros días de abril de 1476, más de un mes después de la batalla, con una pequeña parte de las tropas portuguesas (400 jinetes), para supervisar la defensa de la cada vez más flagelada frontera portuguesa, su prima Juana permanecía en su corte de Toro.
Sin embargo, la estrategia de los Reyes Católicos, que tenían el tiempo y los recursos combinados de Castilla y Aragón a su favor, comenzaba a producir sus frutos: el perdón negociado con los nobles rebeldes, el asedio de las fortalezas juanistas, la terrible presión militar sobre las tierras fronterizas portuguesas, cuyas fuerzas se encontraban en Castilla, y finalmente, el comienzo de la guerra naval, para atacar la fuente del poder y financiamiento de Portugal (su imperio marítimo y el oro de Guinea).
Además, Alfonso quería ir a Francia para convencer a Luis XI de no renovar la tregua con Aragón, que expiraría en julio de 1476.
Todo esto hizo inevitable el regreso del ejército portugués el 13 de junio de 1476, y con él, Alfonso y Juana de Trastámara se fueron para siempre.
Tras la batalla de Toro, la guerra civil quedó prácticamente decidida a favor de los Reyes Católicos, aunque solo terminara definitivamente en 1479. Quedaban pendientes las hostilidades internacionales con Portugal y Francia. Los caudillos de Isabel ganaron las villas y castillos de los magnates valedores de Juana mientras el Arzobispo de Toledo, el marqués de Villena y los demás acabaron por implorar el perdón y prestar a Isabel juramento de fidelidad.
La fortaleza de Zamora se entregó el 19 de marzo de 1476, pero Toro permaneció firmemente en manos portuguesas durante más de medio año: la ciudad se entrega al 19 de septiembre, aunque su pequeña guarnición portuguesa de 300 caballeros, asediada en la fortaleza, solamente capitula el 19 de octubre de 1476.
Murallas de la ciudad de Zamora
Foto: Outisnn
En total fueron tres guarniciones portuguesas las que se rindieron en Castilla: Zamora, Toro y Cantalapiedra, ésta última resistió más de uno año, hasta el 28 mayo 1477. Las restantes fortalezas juanistas, con guarniciones fundamentalmente castellanas (Castronuño, Sieteiglesias, Cubillas, Villalonso, Portillo y Villaba) también fueron retomadas por los Reyes Católicos.
En el año de 1479, el rey portugués trató de renovar su empresa en Castilla, enviando una fuerza de caballeros a socorrer a la condesa de Medellín, hermana del marqués de Villena. Mas el 24 de febrero, cerca de la Albuera, el maestre de Santiago (Alonso de Cárdenas) destrozó este cuerpo de 500 portugueses y 200 castellanos aliados, que sufrieron 85 muertos y algunos prisioneros según el cronista Alonso de Palencia. Sin embargo, el grueso de ellos consiguió alcanzar las ciudades de Mérida y Medellín, su objetivo estratégico.
Por su parte, Isabel, situada en Trujillo, expidió órdenes para cercar a un mismo tiempo a Mérida, Medellín, Montánchez y otras fortalezas de Extremadura
En 1478 los Reyes Católicos conseguían dos grandes victoria: el papa Sixto IV anuló la dispensa antes concedida para el matrimonio de Juana con Alfonso, por lo que la legitimidad de Alfonso V como rey de Castilla se derrumbó; e Isabel era reconocida reina de Castilla por Luis XI de Francia (Tratado de San Juan de Luz, 9 de octubre de 1478), que rompía de este modo su alianza con Alfonso V, dejando Portugal aislado frente a Castilla y Aragón.
Por su parte, Portugal no sólo desbarató una fuerza invasora de 2.000 caballeros castellanos en Mourao (Alentejo, Portugal, 1477), al mando del mismo Maestre de Santiago, sino que logró también reconquistar todas las fortalezas que los castellanos habían tomado en Portugal: Ouguela, Alegrete y Noudar.
También fue capaz de mantener varias ciudades y fortalezas conquistadas o ocupadas en Castilla hasta el final de la guerra: Tuy, Azagala, Ferrera, Mérida y Medellín (con estas dos últimas resistiendo duros asedios hasta la paz).
La guerra naval terminó con victoria portuguesa: reconquista de Ceuta, que los 5.000 castellanos del Duque de Medinasidonia habían conquistado con excepción de la ciudadela interior (1476); expulsión con la captura de 5 naves y 200 hombres de la armada de 25 carabelas enviada por Fernando para conquistar Gran canaria (1478); y sobre todo, la decisiva batalla naval de Guinea en 1478.
Estos hechos, en su conjunto, dieron a los lusos gran poder negociador durante las conversaciones de paz en Alcáçovas, en 1479, puesto que les permitía trocar su renuncia al trono castellano por una partición muy favorable en el Atlántico. Esta solución realista reflejaba el resultado global de la guerra: victoria castellana en tierra y victoria portuguesa en el mar. Pero desde el punto de vista de Juana, se trataba de sacrificar sus derechos por la hegemonía atlántica y el oro de Guinea.
Tras la revocación de la bula papal, el fin de la alianza con Francia y la derrota portuguesa de la Albuera, se empezaron a negociar dos convenios de paz entre Isabel I y Fernando V, y Alfonso V y su hijo heredero, ya regente de Portugal, por mediación de Beatriz, Infanta de Portugal, duquesa de Viseu y de Beja, madre del futuro rey de Portugal Manuel I. La infanta portuguesa era a la vez prima hermana y hermana política de Alfonso V al mismo tiempo que tía materna de la futura reina Católica. 
Firmados por su intermedio dos convenios en la localidad portuguesa de Alcáçovas, uno estipuló la sucesión dinástica en las coronas de Castilla: las Tercerías de Moura, obligando a los hijos primeros de los Católicos y al hijo único del Príncipe portugués, junto a sus primos los infantes hijos de la infanta Beatriz, a vivir y educarse junto a esta princesa viuda en su señorío de Moura, tierra del ducado de Beja que también le pertenecía. Quedó estipulado el matrimonio entre el nieto heredero de Alfonso V y la hija mayor de los Católicos, que iban a crecer juntos. En virtud de dicho tratado, dejó Alfonso V el título y las armas de rey de Castilla; renunció a la mano de su sobrina Juana; se obligó a no apoyar las pretensiones de ésta al trono de Castilla, y se dio a Juana un plazo de seis meses para que eligiese entre casarse con el infante Juan, hijo de Fernando e Isabel, luego que el infante llegase a una edad proporcionada, o retirarse a un convento y tomar el velo.
Bien conoció Juana que sus intereses habían sido sacrificados, pues la cláusula de su matrimonio futuro con el infante don Juan era irrisoria, dado que se agregaba que el infante, al llegar a la edad conveniente, podía rechazar aquel enlace si no le agradaba, no quedando a Juana en tal caso otro derecho que el de recibir una indemnización de 100.000 ducados.
El segundo convenio luso-castellano, el Tratado de Alcáçovas, reflejo de la victoria naval lusa en el Atlántico durante la guerra, establece las fronteras de expansión marítima y la respectiva jurisdicción de ambas coronas vecinas sobre el océano. Los monarcas aragonés y castellana reconocen a Portugal la propiedad de Madeira y de las Azores, del exclusivo del derecho de conquista sobre Tingitánea, Mauritania, y el Reino de Fez, que Guinea y toda su navegación, y las islas atlánticas más allá de Canarias (Santo Tomé y Príncipe y Cabo Verde) continuarían en manos portuguesas. La corona de Portugal reconoce a Castilla la propiedad de las Canarias, límite sur establecido a la navegación de aragoneses y castellanos en el Atlántico.
Tratado de Alcáçovas de 1479, confirmado en Toledo en 1480
Herida en su dignidad e intereses, se retiró inmediatamente al monasterio de Santa Clara de Coímbra, donde pronunció sus votos al año siguiente. Fernando e Isabel enviaron a la ciudad portuguesa, para que fuesen testigos de la ceremonia, a Díaz de Madrigal (individuo del Consejo Real de Castilla) y a Fray Hernando de Talavera (confesor de la reina). Éste dirigió a Juana una exhortación en la que le dijo que había adoptado el mejor partido según los evangelistas, y terminó su discurso declarando que ningún pariente, ningún amigo verdadero, ningún consejero fiel, querrían apartarla de tan santa determinación.
Fray Hernando de Talavera
Los votos irrevocables pronunciados por Juana no impidieron que su mano fuese en 1482 solicitada por Francisco Febo, hijo de Gastón de Foix y de Magdalena de Francia, hermana de Luis XI. Febo era el heredero de Navarra. Esta proposición, hecha por las instigaciones del monarca francés, servía a Luis XI para suscitar dificultades a los reyes de Castilla que amenazaban el Rosellón.
La muerte de Francisco Febo impidió que las cosas siguieran adelante. Se dice (pero no está probado) que viudo de Isabel I en 1504, el Rey Católico propuso a Juana que se casara con él. Así esperaba Fernando resucitar los títulos de esta princesa a la sucesión de Enrique IV y quitar el reino de Castilla a Felipe el Hermoso de Habsburgo que gobernaba a nombre de Juana I. La Beltraneja no quiso aceptar como esposo al que en otro tiempo la había declarado hija adulterina de Juana de Portugal y Beltrán de la Cueva.
Sin embargo, la religiosa de Coímbra, como complacían en llamarla los castellanos desde que tomó el velo; la Excelente Senhora, como decían los portugueses, salía con frecuencia del convento. Finalmente los reyes de Portugal le otorgaron morada en el Castillo de San Jorge de Lisboa, donde vivía con gran aparato protegida por los monarcas lusitanos, los cuales insinuaron más de una vez que podían dar nueva vida a los derechos de la infortunada princesa. 
Murallas del Castillo de San Jorge de Lisboa, última residencia de Doña Juana
Foto: Manuel González Olaechea y Franco
Doña Juana, hasta el fin de sus días, firmó con las palabras Yo la reina. Poco antes de morir, en el año 1530, testó sus derechos a la corona de Castilla a favor del rey Juan III de Portugal.
Sus restos mortales se hallan actualmente desaparecidos, como consecuencia del Terremoto de Lisboa de 1755.

martes, 8 de julio de 2014

JUANA LA BELTRANEJA: LA CONSTRUCCIÓN DE UNA ILEGITIMIDAD (I)

Armas de la Reina Juana de Portugal, madre de la Princesa Juana
Diseño: Heralder

El próximo viernes 11 de julio, a las 19 horas, y en la tienda FNAC del Paseo de la Castellana de Madrid, tendrá lugar la presentación de un interesante libro sobre Doña Juana la Beltraneja que lleva por sugerente título: Juana la Beltraneja: la construcción de una ilegitimidad.
Su autor, Óscar Villarroel González, reflexiona y analiza los pasos dados por la nobleza contraria a Enrique IV para convertir a la Princesa Juana de Trastámara, heredera al trono de Castilla; en Juana la Beltraneja, ilegítima rival de Isabel la Católica.



Enrique IV fue apodado en su tiempo por sus adversarios el Impotente, no tanto por no haber tenido descendencia de su primera esposa, Blanca de Navarra, como por ser de dominio público la dejación que hacía de sus obligaciones conyugales. Por eso, cuando su segunda esposa, Juana de Portugal, dio a luz una niña, esta fue atribuida a una supuesta relación adúltera de la reina con uno de los privados del monarca, Beltrán de la Cueva; de ahí que se motejase a la princesa como la Beltraneja, a pesar de ser esto imposible por no concordar las fechas.
El 9 de mayo de 1462, pocos meses después de su nacimiento, Juana fue jurada en las Cortes de Madrid como Princesa de Asturias y heredera del reino.
El rey Enrique IV de Castilla
Unos dos años de edad contaría la princesa durante el apogeo de las revueltas nobiliarias contra Enrique IV, que acusaron de ilegítima a la princesa y tomaron partido por el hermano del rey, el infante Alfonso. El monarca intentó solventar la sublevación nobiliaria acordando el matrimonio de Alfonso con su hija Juana; así, en 1464, Alfonso fue proclamado heredero y sucesor del reino.
El mismo Enrique IV propuso al rey Alfonso V de Portugal poco antes, el enlace de Juana con el infante Juan, hijo del portugués. Ni uno ni otro proyecto se realizaron, y en cambio el monarca de Castilla desheredó por segunda vez a su hija al reconocer, en el Tratado de los Toros de Guisando, como princesa de Asturias a su hermana Isabel, siempre y cuando ésta casara con el príncipe electo por él. No mucho más tarde, en 1468 y en 1469, se trató de casar a Isabel con Alfonso V de Portugal, hermano de la reina de Castilla, y a Juana, renovando el antiguo proyecto, con Juan, hijo primogénito de Alfonso V, con la condición de que Juana sucediera a Isabel si esta moría sin ningún hijo. Tampoco se realizó este proyecto.
Inscripción que recuerda la avenencia entre Enrique IV y su hermanastra Isabel en la Venta juradera de los Toros de Guisando
Foto: Cruccone
Es curioso que siendo hija del rey Enrique IV, la mayor parte de su vida vivió custodiada por la nobleza, que tenía en ella un valioso rehén: desde 1465 hasta 1470 la custodió el conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza, en los castillos de Buitrago de Lozoya y Trijueque; desde 1470 a 1474, Juan Pacheco, en el castillo de Escalona y en el Alcázar de Madrid; y entre 1474 y 1475 Diego López Pacheco en el Alcázar de Madrid y en los castillos de Escalona y Trullijo.
Casó luego en secreto Isabel con el infante Fernando de Aragón en 1469, rompiendo lo dispuesto en el tratado con su hermano Enrique IV. Éste, que durante toda su vida prodigó a su hija las muestras de afecto paternal, dio respuesta favorable a los embajadores de Luis XI de Francia, que le pedían la mano de Juana para el Duque de Guyena, hermano del francés. Las capitulaciones matrimoniales se firmaron en Medina del Campo en 1470.
A petición de Juan Pacheco y de los embajadores de Francia, revocó Enrique IV el Tratado de los Toros de Guisando, después de jurar, juntamente con su esposa, que la infanta Juana era su hija legítima. El 26 de octubre se verificó la ceremonia en Valdelozoya en una pradera convenientemente dispuesta para tal propósito, no lejos de Buitrago de Lozoya, y después que los nobles presentes prestaron a la infanta el acostumbrado juramento de fidelidad como heredera de la corona, acto que no llegó a ser sancionado por las Cortes, se desposó a la princesa con el conde de Boulogne, representante del duque de Guyena. El cardenal de Albi, uno de los embajadores de Luis XI, fue en aquel día el encargado de tomar juramento a los reyes y verificar los desposorios.
La histórica Buitrago del Lozoya, dominio de los Mendoza
Foto: Carlos Delgado
La crítica histórica no ha podido todavía comprobar la verdad de una disposición testamentaria en la que Enrique IV declaraba a Juana su hija y heredera, pues son muchos los que creen que aquel monarca, dando una muestra más de su ordinaria imprevisión, murió el 11 de diciembre de 1474 sin haber otorgado testamento. En sus últimos días había visto Enrique desbaratado el enlace de Juana, porque dicho duque falleció en 1472. Por esta causa realizó el castellano nuevas e infructuosas tentativas para procurar un apoyo a su hija, casándola con el citado Alfonso V o Juan de Portugal. Se pensó también en dar a Juana por esposo a Enrique Fortuna, infante de Aragón, o a Fadrique, infante de Nápoles.
Algún historiador supone que existía un testamento de Enrique favorable a su hija; que este testamento fue ocultado a los castellanos, y que Fernando el Católico lo destruyó después de la muerte de Isabel. Es evidente que si existió dicho documento, los adversarios de Juana procurarían ocultarlo, como cualquier otro que pudiera fortificar los derechos de aquella infanta.
Muerto Enrique IV, casi toda la nobleza apoyó la causa de Isabel, y con ella, la alianza de las coronas de Castilla y Aragón; pero algunas familias muy poderosas de Castilla abrazaron el partido de Juana.
Juana había sido reconocida como reina por Diego López Pacheco, Marqués de Villena, de gran influencia en los territorios castellanos al sur del Tajo por sus inmensos estados, que se extendían desde Toledo a Murcia Lo mismo había hecho el Duque de Arévalo, que disfrutaba de notable crédito en Extremadura, y en el mismo bando ingresaron el Marqués de Cádiz, el Maestre de Calatrava, un hermano de este y el arzobispo de Toledo, Alfonso Carillo.
Escultura representando al Arzobispo Carrillo en la ciudad de Alcalá de Henares
Foto: Raimundo Pastor

lunes, 7 de julio de 2014

LA MEDALLA DE HONOR DE LA INMIGRACIÓN


LA MEDALLA DE HONOR DE LA INMIGRACIÓN

Por Don DAVID RAMÍREZ JIMÉNEZ


La Medalla de la Inmigración se creó por Orden de 29 de septiembre de 1969, siendo reglamentada por idéntica disposición fechada el 27 de abril de 1970. Su creación se encuadra dentro del gran despliegue y desarrollo que la emigración supuso para el propio desarrollo económico en la España tardofranquista de los años 60 del siglo XX.

La Medalla de Honor de la Emigración tiene por objeto el recompensar a las personas físicas o jurídicas españolas y extranjeras, así como instituciones públicas o privadas que hayan prestado servicios eminentes al emigrante o a España.

Categorías y otorgamiento

La Medalla de Honor de la Emigración puede ser individual o colectiva, concediéndose la primera a personas físicas, y la segunda a personas jurídicas en ambos casos bien sean españolas o extranjeras.

Tanto la Medalla individual como colectiva tiene las siguientes categorías: Oro, Plata y Bronce.

Otorgándose cada categoría en función de las acciones y méritos que se pretendan recompensar, teniendo todas ellas carácter honorífico.



Imagen de septiembre de 2011 en la que Doña Pilar Pin, Directora General para la Ciudadanía Española en el Exterior, entrega la Medalla de Honor de la Emigración en Argentina a la Dra. Elma Espisúa, presidenta del Hospital Español de Buenos Aires.


La Medalla de Honor de la Emigración, en su categoría individual se concederá a algunas de las personas que reúnan algunos de los siguientes méritos: haber destacado por su abnegación, esfuerzo y trabajo personal en favor del emigrante español; haber prestado servicios relevantes a la Dirección General de Migraciones (antes Instituto Español de Emigración), o empresas, industrias o asociaciones de emigrantes españoles; haber colaborado con su inteligencia, laboriosidad y conducta desinteresada en alto grado ejemplaridad, al estudio o investigación de los problemas de la emigración; haber publicados libras de carácter social, económico o jurídico de especial mérito relacionado con la emigración; haber prestado servicios extraordinarios en favor de los emigrantes españoles o haber destacado por su amor a la Patria y la labor realizada en las colonias españolas; o, por último, haber mantenido el amor a España durante la emigración prestando servicios eminentes y defendiendo su honor.
En cuanto a la Medalla colectiva se otorga a las personas jurídicas, públicas o privadas que se distingan por su actuación en favor del emigrante español.

Trámite de concesión

La Medalla de Honor de la Emigración se concede previa instrucción del oportuno expediente en el que se justifique los méritos contraídos por la persona física o jurídica propuesta.

El ministro de Trabajo y Asuntos Sociales por su iniciativa o a propuesta del director general de Emigración podrá ordenar la incoación de expediente a favor de persona física o jurídica, de oficio o a instancia de la parte interesada.



Medalla de Honor a la Emigración en su categoría de bronce (anverso y reverso)


Para acreditar suficientemente los méritos del propuesto, se recabarán los siguientes documentos: relación de condecoraciones, distintivos, honores y recompensas concedidas con anterioridad; informe de sus jefes directos, en el caso de ser funcionario público o informe del embajador o representante diplomáticos de España, en el caso de estar domiciliada en el extranjero la persona o la entidad propuesta.

Una vez reunidos los informes preceptivos se elevarán al director general de Emigración propuesta razonada de concesión o denegación. 

La concesión de la Medalla de Honor de la Emigración, tanto individual como colectiva, corresponde al ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, por su iniciativa o a propuesta del director general de Emigración, y se acreditará mediante el otorgamiento de un diploma, firmado por el ministro de Trabajo y Asuntos Sociales en la categoría de oro y por el director general de Emigración en las restantes categorías.

El acto de imposición de la Medalla se realizará con la mayor solemnidad cada año coincidiendo a ser posible con el Día Internacional del Emigrante que se celebra cada 18 de diciembre.

La persona física o jurídica que cometiera algún acto contrario a la dignidad individual o social, podrán ser privada de la condecoración, tras la incoación del oportuno expediente sancionador. 

Modelo de la Medalla y registro

La Medalla de Honor de la Emigración tiene forma circular, con borde regular, y un diámetro de 38 milímetros y un espesor de dos milímetros, en plata sobre dorada, plata o bronce, según la categoría.

Consta de un anverso grabado en relieve, consistente en dos manos, en la parte superior entre aquellas, una paloma, y entre la paloma y la mano derecha, la inscripción «Honor de la Emigración», y un reverso, en el que figura la leyenda: «Olor a tierra ausente, a perfume de luz» (Unamuno).



Medalla de Honor de la Emigración (categoría oro) y detalle del anverso.



El pasador destinado a sujetar la cinta de la que irá pendiente la medalla será de bronce, plata o plata sobredorada, según la categoría. La cinta es de seda de 46 milímetros de longitud a la vista y de 35 milímetros de anchura, dividida longitudinalmente en cinco partes de la forma siguiente: los bordes de dos milímetros de anchura, de color verde; al centro, una franja dividida en tres parte con la bandera española, llevando un milímetro a cada lado de color rojo y dos en color amarillo, y el resto de color azul marino oscuro.

En el caso de entidades públicas o privadas agraciadas con esta condecoración, podrán, además, ostentarla en el papel impreso y en un lugar adecuado en sus locales, y en forma de corbata, con los colores de la cinta en su bandera.

A parte de la medalla propiamente dicha, que se usará en actos oficiales o solemnes, el agraciado con esta condecoración, recibida a título individual podrá usar una miniatura de la Medalla, pendiente de una cinta diminuta con el mismo distintivo de colores que la oficial.

En la sede de la dirección general de Emigración se dispone de un libro-registro en el que constan la concesión de la Medalla de Honor de la Emigración, en cualquiera de sus categorías así como los expedientes de cada uno de los agraciados, en la que se anotarán los méritos sucesivos que vayan concurriendo al efecto de la proposición de ascenso en la presente condecoración.


BIBLIOGRAFÍA

• Orden de 29 de septiembre de 1969, por la que se crea la Medalla de Honor de la Emigración (BOE 7 de octubre).
• Orden de 27 de abril de 1970 que aprueba el Reglamento del a Medalla de Honor de la Emigración (BOE de 13 de mayo).
• Orden de 18 de junio de 1997 que modifica el Reglamento para la concesión de la Medalla de Honor de la Emigración establecido por Orden de 27 de abril de 1970 (BOE de 28 de junio). 
• http://www.coleccionesmilitares.com/medallas/texto/odm1977.htm.